La línea continua con la que se explicaba la historia se rompió en mil pedazos, multiplicando sus ángulos de visión, el bando y el matiz. La aparición de la fotografía documental desde una perspectiva subjetiva, posibilitó esa bifurcación de narración, ampliando los contenidos y detallando la complejidad de una generación, un país o una cultura.
En los años 70 trabajos como el de Nan Goldin ayudaron a ello. Sus fotografías narran en primera persona su historia y la de toda una generación. Aunque el acto no responde a una necesidad de contar una historia, (su historia) sino más bien, a una necesidad vital de impedir que lo vivido caiga en el olvido de la memoria. Como ella suele decir, la cámara se convirtió en una extensión de su brazo. Atribuye ese estado androide al suicidio de su hermana cuando ella tenía 15 años, desde entonces, se obsesionó por no olvidar a nadie nunca. Así empezó a fotografiarse a ella misma y a todos sus amigos, captando la autenticidad e intimidad, retratando lo que era una parte de la sociedad del momento; los jóvenes de la contracultura, revolucionando la estructura social con el movimiento homosexual y el queer. Una generación que fue golpeada por el sida y sacudida por el punk y las drogas.
Sus imágenes son asociadas a un diario visual de su vida, un diario que a diferencia del escrito, deja a la gente leer. No sólo las fronteras entre vida privada y profesional se desvanecen, además, fotógrafo y retratado pertenecen ahora al mismo núcleo. La fotografía documental estaba dando un giro, el formato ya no consistía en una persona que se iba a una tribu lejana a investigar desde una mirada objetiva y distante. Nan estaba prolongando la herencia de fotógrafos como Larry Clark o Diane Arbus, quienes mantenían una estrecha relación con los habitantes y protagonistas de sus fotografías. El granito de arena que ella incorporó al medio fue el uso del flash y la película en color.
En los años 80 Wolfgang Trillmans sigue el legado de la fotografía documental de diario íntimo y le añade unos rasgos propios, experimentando con las posibilidades del medio fotográfico. Al igual que Nan Goldin, las revistas de moda y de diseño, influyeron en su forma de ver, entender y crear imágenes. Si bien el resultado era un archivo de fotografías que capturaban su realidad más próxima, de un modo auténtico y directo, su intención no era la de defender derechos ni abrir diálogos de discusión sobre temas como la homosexualidad o el sida. Trillmans sólo retrataba a sus amigos gays y uno de ellos, afectado por el sida. Aún así, sus fotografías se convirtieron en icono de la subcultura rave y gay.
Para ambos fotógrafos, el objetivo no es ni el de informar, ni denunciar ni tan siquiera captar la realidad tal cual es, pues a pesar de su aspecto crudo y auténtico, muchas de las fotografías fueron escenificadas, especialmente en el caso de Trillmans. Lo cual, lejos de restar fuerza o veracidad, ejemplifica cómo se entiende la cultura visual y cómo la identidad puede ser creada además de comunicada. Este es un dato importante para entender como se ha ido construyendo los códigos de la fotografía popular, los cuales dominan la mayoría de las redes sociales.
Para que estos códigos se propagarán, tuvieron que darse dos factores, uno impulsado por el otro. El efecto fue la movilidad de los artistas, para presentar y dar a conocer sus trabajos, la causa fue la absorción por parte de las instituciones artísticas que atrajo el interés de la moda. Revistas como la inglesa I-D, a través de modelos en una supuesta intimidad, entre fotografía comercial y artística, publicitaron la misma estética grunge con adicción a la heroína bajo la etiqueta de “heroin chic”.
De este modo, y a través de otras muchas manos, como son las de los fotógrafos Nobuyoshi Araki, Jacob Aue Sobol, Antoine D’agata, Michael Ackerman y Ryan Mcginley la fotografía fue adquiriendo un carácter subjetivo, con extremo valor a la intimidad, modificando la forma de retratar la fotografía documental, artística, comercial y finalmente y llegando a todos, la popular. El lenguaje fotográfico se universalizó y junto con la democratización de los costes de las cámaras y la aparición de portales virtuales como instagram, facebook, tumblr… los álbumes digitales se empezaron a llenar a diario y por la inmensa mayoría.
Sin embargo, y parafraseando a Boris Groys, en la época de la sobreproducción, en la que todos producen contenido visual, ¿quién tiene tiempo de ver tanta foto? Al final tal vez, estas queden archivadas en la red para que en algún futuro puedan servir como el legado historiográfico que permita conocer, las mil visiones del cómo se vivía entonces.