El arte ya lleva un tiempo mudando de espacios, desde los años 70 que se ha expandido, desbordando el tradicional “White Cube” para llegar al espacio público, al territorio común. Es el llamado arte público, y tiene la intención de incidir en la ciudad y en sus habitantes.
Si bien es cierto que la categoría primogénita del arte público ha sido acotada a estetización urbanística a través de monumentos que “enbellecían” la ciudad, desde los años 80 se ha separado del formalismo para adquirir un carácter social y político, implicado en la interacción entre comunidad y ciudad. El arte se va a la calle, abandona su posición objetual para adquirir estrategias más cercanas a la realidad, de hecho, la práctica artística sucede ahora, en tiempo real, lo que Miguel Ángel Hernández-Navarro denomina arte contextual, que actúa en ”in media res”, en medio de la realidad, viviéndola, experimentándola, incidiendo en el tejido social desde su espacio local.
Mientras que la ciudad está planificada como una declaración unificada de poder, que excluye la “suciedad” aquellas facetas de la vida cotidiana que no son convenientes, vagabundos y dementes, el arte público incorpora lo que Sennett denomina “desorden”. Un ejemplo, es como los vagabundos desde hace un tiempo ya no pueden dormir ni en bancos ni en marquesinas, porque el ayuntamiento se ha encargado de financiar diseños que eviten su comodidad y por lo tanto su presencia. El arte público no tiene la pretensión de encontrar soluciones, pues como apunta Martí Peran la función del arte no es solucionar el conflicto, sino señalarlo, visibilizarlo e incluso provocarlo. En teoría, la sociedad ya dispone de mecanismo para solucionarlo. Sin embargo, hay propuestas como son las de Santiago Cirugeda y su colectivo Recetas Urbanas que plantean cuestiones de reconfiguración del espacio, en ocasiones incluso, localizando las fisuras legislativas que le permitan actuar. Es el caso de “Sábanas Rígidas” una construcción camuflada de viviendas ilegales en las azoteas de edificios residenciales, como respuesta alternativa a la dificultad de emancipación y la especulación inmobiliaria que se padece en España.
Para poder llegar a niveles de efectividad dentro del complejo campo que es la ciudad contemporánea, el artista trabaja ahora en colectivo, su tradicional papel de creador individual se queda en el taller, para ser trascendido a coproductor. De este modo, profesionales de otros sectores; arquitectos, ingenieros, sociólogos… se unen para trabajar en conjunto.
El público, aquel al que siempre se hace referencia en tercera persona, contiene un evidente “nosotros”. En el arte público además, adquiere una implicación de co-creador, en la que en muchas ocasiones, como habitante del recinto en el que el proyecto se contextualiza se involucra, ampliando el radio de acción de la iniciativa. Es lo que Nicolas Bourriaud ha denominado estética relacional a las obras que interactúan con el espectador.
Según Arthur Danto, el arte es eficaz cuando el público actúa o cambia de alguna forma, las prácticas artísticas del arte público no siempre lo logran y es comprensible, por una amalgama distinta de factores. Sin embargo, su recorrido ha dejado constancia de que aquellas intervenciones que parten de una mirada crítica y que se ejecutan con sencillez y determinación en un espacio local, han logrado acelerar el cambio, actuando de un modo directo en el individuo y en su entorno.