Para el artista activista, al igual que para Oscar Wilde la vida es demasiado seria para tomarsela en serio, así hace de la burla su adn y de su dedo corazón un icono global de disidencia con el que protagoniza su serie fotográfica Fuck Of, un catálogo de imágenes con fondos del patrimonio cultural de medio mundo. Y medio mundo más, simpatiza con él, integran y reproducen el gesto viral, como un neosímbolo de revolución y apoyo colectivo.
Encerrado en China desde hace tres años, sin poder salir de su país, guardias y cámaras lo controlan y lo vigilan, por enfrentarse al Estado, por denunciar la represión y la censura de su país. Ai demuestra que no es de los que quieren que les den la revolución ya hecha, él, que conoce esta batalla a través de los hematomas de su padre poeta, hace de su práctica artística el escudo que le excusa de meter el dedo en la llaga, de señalar y provocar, incitando la conciencia crítica a despertar y actuar. Alza jarrones del neolítico para dejar luego, que la gravedad haga de las suyas, pero no, no se carga el pasado, sino que transforma la mirada con la que lo entendemos. Da un giro de guión al discurso decimonónico de veneración y culto a un arte de contemplación, a la paradoja discriminadora, de este arte sí pero el otro arte no, que trata la obra única como un producto de una desconocida cadena. Ai Weiwei, evidencia con sus apuestas artísticas las contradicciones con las que vivimos y aceptamos. «Ver lo que está delante de nuestros ojos requiere un esfuerzo constante.» aseguraba George Orwell, y si algo es Ai es constante, como gota china, tortura al Estado, perfora el sistema y logra así, tambalea su poder. Ni pide permiso ni pide perdón, así se manifiesta a través del título de su documental Never Sorry, en la que documenta su obra más disidente, la lucha por nombrar cada uno de los niños que murieron en el terremoto de Sichuan por una nefasta construcción de la escuela, que el gobierno nunca se hizo cargo.
El pulso que se marca Ai Weiwei, entre tradición-modernidad, arte-artesania, individuo-estado había sido considerado inofensivo por el gobierno hasta que, en el 2008 el factor tecnológico convierte estos actos en perturbadores. Wewei, además de ser artista y activista las 24 horas, es un mediático vital y viral, posteando cuanto hace en Twitter, llegando a twittear 100 fotografías al día, cada encuentro con el Estado, cada acto, cada asalto, tiene su eco en la red. Art Revew reconoció a Ai Weiwei, de entre los 100 artistas más influyentes del siglo XXI. Siendo sin duda, el artista chino más conocido internacionalmente. Sus obras han recorrido las principales ferias y galerías, incluso este año ocuparon la mítica cárcel de Alcatraz. Su nombre hace ruido por todo el globo terráqueo. De momento, la Virreina ya ha recibido 20.000 visitas, consolidándose como la exposición del año, cada día la sala se llena y en la mesa prestada del estudio de Ai Weiwei se sientan y se fotografían como guiño iconoclasta, miles de personas, su dedo corazón.
El arte de Ai Wewei, es sin duda popular, ha conseguido llegar a las masas sin rozar lo comercial, a través de una narrativa clara y directa. Sus juegos de palabras, la gestualidad de sus acciones, las metáforas, el ingenio, la ironía y la provocación han contagiado a Occidente como nunca antes el arte chino había hecho. Ai Weiwei, se llevó de sus años en Estados Unidos sus grandes referentes e influyentes e hizo del readymade de Duchamp, la apropiación de Andy Warhol, la escultura minimalista de Robert Morris… su versión china y algunos detractores le han acusado por ello, de falta de originalidad. Pero Ai Weiwei, no sólo pone su granito (o pipa de girasol) en el discurso pluralista del arte, sino que ejemplifica su poder y su implicación social y política, incitando a personas de todo el mundo a formar parte, a contemporanizar la mirada, y entrar en nuevos diálogos con su contexto.